Un dominio con grietas
Durante casi una década, el Oeste de la AFC tuvo dueño claro. Kansas City encadenó nueve títulos divisionales, jugó siete finales de conferencia consecutivas y levantó tres trofeos en las últimas seis temporadas. Con Andy Reid en su 13º curso y Patrick Mahomes instalado como referencia de la liga —aparece 7-1 para el MVP de 2025—, el equipo firmó un 15-2 en 2024 y encadenó 17 victorias en partidos resueltos por una sola anotación, un récord liguero.
Ese blindaje, sin embargo, mostró grietas. La derrota por 40-22 ante Philadelphia en la Super Bowl frustró el intento de un histórico three-peat. Y el estreno de 2025 llevó otro golpe: caída ante Los Ángeles en São Paulo que cortó la racha de triunfos ajustados. Una racha así no se sostiene solo con talento; también con ejecución en el detalle, gestión del reloj y nervios de acero. Cuando el margen se estrecha, el azar pesa. Esta vez, el péndulo se movió en su contra.
La hegemonía de Kansas City se construyó a partir de un engranaje que rara vez falla. La creatividad del libro de jugadas, la capacidad de Mahomes para salir del guion sin que el sistema se rompa, y una defensa que en 2024 elevó el listón en momentos clave con ajustes puntuales de personal y esquema. Es un ecosistema trabajado durante años. Pero hasta los sistemas más asentados necesitan aire fresco cada curso, porque el resto de la división dejó de mirar desde la barrera.
El contexto histórico pone la exigencia en su sitio. Tom Brady y Bill Belichick encadenaron 11 coronas divisionales con New England. Mahomes y Reid están a dos de ese listón, pero el camino es más abrupto que nunca. La división no solo tiene quarterbacks capaces de decidir partidos; ahora también presume de banquillos veteranos, con 721 victorias acumuladas entre sus cuatro entrenadores. En la NFL, esa cifra no es una curiosidad: habla de proceso, método y una biblioteca de soluciones para semanas con trampa.
Hay dos preguntas que marcarán el curso. Primera: ¿puede Kansas City seguir ganando los partidos apretados al ritmo del curso pasado? Firmaron 10-0 en encuentros de una anotación en 2024, una rareza estadística que suele corregirse con el tiempo. Segunda: ¿cuánto han cerrado la brecha los rivales? Porque el talento se ha distribuido mejor y las ideas —desde la banda— ya no son tributarias de lo que haga Reid, sino respuestas activas que fuerzan a Kansas City a cambiar de piel.
Broncos, Chargers y Raiders cambian el tablero
Denver, bajo Sean Payton, emerge como la amenaza más seria. La defensa ya era una pared y ahora la sostiene el mejor defensor del año, Patrick Surtain II, con impacto en cobertura hombre a hombre y libertad para encadenar ajustes pre-snap que complican las lecturas rápidas. En ataque, Bo Nix encara su segundo curso con más herramientas a su alcance y, lo que vale igual o más, un plan de partido con identidad: proteger el balón, formar andamios para el play-action y obligar al rival a jugar desde atrás. Payton no anda con medias tintas: dijo que este es su séptimo equipo con perfil de campeón. Es un mensaje interno —ambición— y externo —presión— a la vez.
¿En qué se traduce ese discurso en el campo? En secuencias largas que vacían el reloj y reducen posesiones para Mahomes, en ventana de pase limpia para Nix con lecturas definidas y en un libreto de engaños que nace del juego de carrera. Denver rozó la proeza el año pasado con un novato que estuvo a una serie ofensiva de completar el ‘sweep’ a Kansas City. Con continuidad en staff y un segundo año de química entre quarterback y receptores, cada tercera y media se convierte en una moneda al aire que ya no cae siempre del mismo lado.
Los Chargers vivieron un cambio inmediato con Jim Harbaugh. El equipo pasó de la volatilidad a un patrón reconocible: estructura, juego físico y una lista corta de errores no forzados. Justin Herbert firmó su mejor registro de victorias (11) y solo tres intercepciones en 2024. Perdieron dos veces con Kansas City por siete y dos puntos, pero compitieron sin complejos. El 2025 empezó con un aviso rotundo: triunfo en Brasil, con Herbert completando 13 de 16 para 147 yardas y dos touchdowns tras el descanso. Eso es ajuste al vuelo y ejecución quirúrgica cuando las piernas pesan por viaje y humedad.
El ideario de Harbaugh es conocido: dominar en las trincheras, usar el juego de carrera para afilar el play-action y someter al rival a segundas oportunidades largas. Si ese guion se mantiene, Herbert vivirá en ventanas de pase más limpias y con lecturas de mitad de campo que explotan rutas cruzadas y niveles. Un detalle que cambia partidos: si los Chargers convierten terceras y cortas con regularidad, Reid tendrá que estirar su propio libreto en cuarta, y ahí los errores se pagan con puntos.
En Las Vegas, el movimiento fue más que un fichaje: Pete Carroll trae una identidad. Cultura de vestuario, defensa que corre y pega, y un ataque que busca ritmo desde lo sencillo. La llegada de Geno Smith —tres temporadas ganadoras tras la era Russell Wilson en Seattle— da estabilidad. No es un pasador de pirotecnia; es un solucionador. Si Carroll impone su sello, la ofensiva tendrá un primer paso claro: pases rápidos, juego de carrera para ganar tiempo a la línea y un uso inteligente del play-action para estirar el campo sin forzar errores. El novato Dont'e Thornton, elegido en cuarta ronda, ya dejó buenas sensaciones como amenaza vertical. Con un perfil así, basta con dos recepciones largas por partido para cambiar el dibujo de cualquier defensa.
El auténtico salto competitivo, no obstante, se cuece en la banda. Reid es el técnico en activo con más victorias entre estos cuatro. Payton y Carroll suman anillos y decisiones valientes en enero. Harbaugh, con su sello universitario de disciplina y dureza, ha demostrado que su propuesta traduce bien al domingo. Son estilos distintos que se neutralizan y se copian a la vez: movimientos pre-snap, coberturas disfrazadas, presión simulada, y un catálogo de engaños en equipos especiales que puede volcar el campo sin avisar.
El año pasado, Kansas City vivió de ejecutar mejor los detalles: proteger el balón en el último cuarto, exprimir la posición de campo y forzar al rival a patear goles de campo en vez de conceder touchdowns en la zona roja. Esa receta sigue sirviendo, pero ahora delante hay rivales que gestionan mejor el reloj y, sobre todo, minimizan los regalos. Si el intercambio de posesiones baja de 10-11 a 8-9 por partido, cada decisión en cuarta y dos se vuelve una declaración de intenciones.
Hay claves tácticas a vigilar desde septiembre:
- Cómo defienden a Mahomes: más coberturas altas con rotaciones tardías, espías situacionales para sus salidas a la derecha y presión con cuatro para proteger el fondo del campo.
- La apuesta de Denver en hombre a hombre con Surtain II, y cómo responde Kansas City con cruces y motions para liberar a sus receptores en el primer paso.
- El juego de carrera de los Chargers como metrónomo: si imponen 4-5 yardas en primer down, el libreto de Harbaugh se vuelve un reloj suizo.
- La toma de decisiones de Geno Smith en terceras intermedias: lecturas rápidas, balón fuera en 2,5 segundos y margen cero a la pérdida de balón.
El escenario añade otro matiz: la internacionalización. El debut en São Paulo no fue una postal, fue un entorno distinto. Viaje largo, humedad, ruido diferente, horarios raros. Los Chargers se ajustaron mejor a la segunda parte y lo tradujeron en precisión. Es un tipo de partido que suele decidirse por gestión de energía y cambios de tempo. Ese aprendizaje vale para enero tanto como para septiembre.
No todo es esquema. La profundidad define carreras en la NFL. La diferencia entre pelear por la siembra uno o jugar una ronda de comodín fuera de casa muchas veces es salud en diciembre y una segunda unidad que no se derrumba cuando el calendario aprieta. En una división así, donde cada duelo es un examen, los equipos que consigan snaps sólidos de su OL6, su CB4 o su tercer safety tendrán una vida extra en partidos cerrados.
El balón parado también cuenta. En 2024, Kansas City construyó ventajas ocultas en equipos especiales: coberturas que recortan 8-10 yardas en cada retorno rival, patadas que encierran al contrario dentro de su 15 y jugadas ensayadas que rascan un primer down cuando nadie lo espera. Si los rivales igualan ese apartado, los márgenes se reducen aún más y el talento puro deja de ser un comodín en cada domingo.
Mirando el retrovisor, hay pocos precedentes de una división que reúna tanto bagaje técnico a la vez. 721 victorias desde la banda no son un número al azar: significan que, cada semana, el plan rival sabe dónde te duele. Reid ataca los vacíos con creatividad; Payton manipula coberturas con formaciones espejo; Harbaugh te desgasta a golpes de trinchera; Carroll te obliga a jugar limpio porque castiga el error con una defensa que vuela. Eso pone el listón táctico en otro sitio y convierte cada ajuste del descanso en un mini partido.
Para Kansas City, la hoja de ruta pasa por recuperar sus ventajas sostenibles. Más eficiencia en primer y segundo down para evitar terceras largas. Ritmo alto cuando la defensa rival carga la caja y pausa cuando el partido pide morder reloj. Y, sobre todo, que Mahomes vuelva a vivir en la yarda 20-20 con libertad para elegir matchups, no en guerras a tres jugadas donde todo se decide por un drop o un holding.
Para los aspirantes, el camino es tan claro como difícil: robar posesiones, castigar los errores y no ceder en el intercambio de field position. Denver tiene piezas defensivas para convertir cada ruta en una pelea. Los Chargers han encontrado serenidad y un guion que protege a su quarterback sin atarle las manos. Los Raiders, con un entrenador que sabe construir vestuarios resilientes, pueden volver incómodo cualquier partido si la defensa encuentra su tono temprano.
La persecución del récord añade picante. Mahomes y Reid están a dos títulos de igualar las 11 coronas divisionales consecutivas de Brady y Belichick. La historia atrae, pero no gana terceros downs. La propia volatilidad de la NFL explica por qué es tan raro sostener una racha así. La racha de 17 victorias en duelos apretados ya es pasado. La nueva temporada exige encontrar ventajas menos dependientes del filo de la moneda.
Este Oeste de la AFC ya no gira en torno a un equipo. Gira en torno a un calendario de duelos que parecen rondas de playoffs: noches en altura en Denver, batallas físicas en Los Ángeles, trampas tácticas en Las Vegas y, sí, visitas al Arrowhead donde el ruido tumba planes. En este entorno, el décimo título consecutivo es un Everest, no una etapa de transición. Y eso, paradójicamente, es una buena noticia para la liga: obliga al campeón a reinventarse y da a los perseguidores razones reales para creer.
Hay cuatro métricas que pueden contar la historia de la división sin adornos:
- Tercer down: quién mantiene vivas las series cuando el rival sabe que vas a pasar.
- Diferencial de pérdidas: si vives en +1 por partido, te sientas en el asiento del conductor.
- Zona roja: touchdowns, no goles de campo. Ahí se fabrican rachas.
- Explosivas: jugadas de 20+ yardas a favor y en contra. Con tres por partido, cambias cualquier guion.
Con ese tablero, el margen de error encoge. Los Chiefs conservan la etiqueta de favoritos, pero ya no entran a la pista con 7-0 en el marcador. Los Broncos huelen sangre. Los Chargers salieron del cascarón en el mejor escaparate posible. Los Raiders se han dado a sí mismos un plan y un tono. La división ya no espera a nadie.